6.29.2007

Analogías

No me gusta hacer tactos vaginales, sobre todo en las embarazadas. Al margen de lo incómodo, asqueroso, doloroso y tal, más bien es porque me da la sensación de estar rellenando un ave, de metro y medio, y eso señores, para mí resulta harto bizarro. Dicho estoy con el permiso de ustedes, me retiro a examinar úteros grávidos en contra de mi graciosa voluntad =)

6.27.2007

Sube el telón, bienvenidos todos al teatro de lo absurdo

Finalmente tuve cinco minutos. Cinco minutos en los que pude sentarme, luego de cinco horas seguidas de estar de acá pa' allá, obedeciendo órdenes de todo el mundo, desde "los cabos" hasta los "oficiales"...
Entonces llegué allí, a la silla del puesto de enfermería y frente al telefono un monton de papelitos pegados a la pared, llenos de números de todos lados: desde la sala 1 hasta la sala 25, pasando por el telefono del laboratorio, el del residente de turno, el del médico funcionario, el del jefe del servicio, el del otro servicio, el del otro hospital. Y en una listita bien prolija y visible, los números de KFC, Pizza Hut, Tamburelli, Popeye's, y todos los "deliveries" que uno se pueda imaginar. Hasta aquí nada mal, digamos que resulta hasta oportuno considerarlos entre los teléfonos de importantes en caso de emergencia. Sin embargo entré en conflicto cuando al lado de todos esos teléfonos había otro cartelito que decía: "Prohibido comer, tomar café, coca cola..." En verdad esos tres papelitos pegados en esa pared resumen muy bien la esencia de lo que he visto en esta, mi vida hospitalaria.

6.07.2007

Hermano cuerpo

Confesaré en este espacio lo que puede parecer evidente para quienes han tenido la deferencia de leerme después de cierto tiempo. Quizá sea contraproducente, en lo que al negocio se refiere pero definitivamente no, no fui hecha para hacer medicina, no esta medicina, no de esta manera. Con lo cual, ya puede usted imaginar que los días en esta carrera son una gran tribulación consuetudinaria, a la que uno trata de adaptarse. Unas veces se consigue, otras no porque es como todo, no siempre se gana...

Y es que estas reflexiones vienen a santo de que, a pesar de los relieves y depresiones del camino, veo todo esto como una gran oportunidad. Una oportunidad importante de entrar en contacto con la humanidad misma en un ambiente que se exige ser completamente deshumanizado.

Así uno se va enriqueciendo con una variedad de experiencias que al principio superan lo cotidiano, pero que posteriormente propician lo inevitable. Por ejemplo, se empieza interactuando con cadáveres desde una perspectiva distinta. Ese cuerpo pasa, de ser hijo de alguien, de recibir un salario con cada quincena, de salir con amigos y de descansar por las noches, a ser tan lisa y simplemente el cadáver de la mesa 7, que en cuatro meses deberá estar disecado de palmo a palmo para que unos cuantos aprueben anatomía. Cierras los ojos y al abrirlos pasaron un par de años de suplicio y resulta que estas en medio de una autopsia. Tú y tus ideas preconcebidas a fuerza de experiencias propias, ajenas o de la tele; te encuentras allí y ya no es como en anatomía. Ahora cuerpo todavía está caliente caliente, y hay familiares llorando detrás de la puerta donde aquel padre de familia esta siendo, con justificación o sin ella, cortado a pedazos.

Todo eso, de una forma o de otra, impresiona, pero no se compara con las cirugías. Llega la ambulancia y de ella sale una camilla con una persona o lo que quede de ella con los huesos expuestos en tres extremidades, todo es sangre, todo es caos. ¡Métanlo al salón! En el salón famoso hay salsa de la buena, y un personal que baila, y nada mal; que no se enteran de que lo que hay en la mesa es sujeto y no un objeto, no una fractura de tercio proximal de femur con luxación anterior de cadera. Y todo es sangre y todo es caos, e impresiona, sí.

Sin embargo, me toca admitir que hoy ha sido la primera vez en todos estos fructíferos años de vida universitaria que he tenido que voltear y mirar para otro lado. Hoy vi cómo unas refulgentes pincitas, minúsculas y afiladas entraban en un ojo de una persona viva y despierta, con el noble propósito de curar... unas cataratas. Agujas de jeringas que entran y salen, estiro aquí, recorto allá, mira pa arriba reina, y la imposibilidad de pestañear, y sí, anestesia local, pero y qué más da... Fue tenaz... todavía veo el cristalino saliendo del ojo como una pildorita de vitamina E. Todavía no terminamos, chomba, hay que suturarte eso...

6.02.2007

Cuando el tiempo te arrebata la razón

Cuando pensé que las cosas no podían ser peores, el médico residente llama a sala y me ordena bajar a urgencias, y allí estaba él. De la puerta colgaba un rótulo: "Cuarto de yeso", con un papelito en la esquina que decía "AQUI SE HACE LO QUE AL VIEJO LE DA LA GANA". Era una suerte mazmorra, un cuarto apartado, sucio y descuidado; y así justamente se proyectaba él. ¿Leiste el papelito de afuera? pues éste es El Viejo, me dijo el residente. Sonreí por cortesía, pero desde que lo vi supe que estaba ante el típico un Viejo impertinente y pensé que de ese día en adelante iba a ser altamente conveniente evitar todo contacto con el señor.

Entra un paciente anciano con unas muletas, el residente le indica al Viejo el tipo de férula que tocaba colocarle al hombre. El Viejo, con marcha de base ancha y su aspecto de barbero de los '50 prepara el yeso, las vendas y se acerca al paciente. Le tuerce el tobillo de la manera más bizarra, como si se regocijara en oirlo gritar, como si nunca en su vida hubiese escuchado el término analgesia, es impactante oir gritos de dolor, desde un lugar así y bajo esas circunstancias. Y en efecto, sobre la marcha El Viejo dejaba saber todo lo impertinente que podía ser, hasta sin proponérselo. El resto del personal, reía como si nada con él. Sentía como si fuera la única capaz de ver que ese hombre no debía estar ahí, no haciendo eso. Terminó la semana y si tocaba ir a urgencias, me aseguraba no coincidir con El Viejo.

Sin embargo, ayer fue inevitable, como aquella vez, me ordenaron bajar y no me quedó más remedio que obedecer, porque cuando el sistema es así de vertical, tal vez la mejor manera de sobrevivir es domesticarse y ser tan subordinado como la dignidad permita. Eran las 7:00 pm, yo no daba más, pero apenas llevaba 12 horas de un turno de 24. Abro la puerta con resignación y estaba El Viejo, departiendo alegremente en compañía de muchas de las personas que habían hecho de mi vida un calvario mientras rotaba por ese servicio. Era mucho para mí, no tenía intención que se notara, pero estaba sumamente incómoda, no podía conmigo ni con nada de lo que pasaba a mi alrededor, sin embargo, muy a mi pesar, fue El Viejo quien me rescató. En medio de todo esa batahola de burla y escarnio, notó que para mí el ambiente era denso. En un momento en que preparábamos un yeso, en un cuarto con menos gente, me preguntó con tosquedad, pero con toda la buena intención que universalmente tiene la gente cuando envejece, si me pasaba algo, yo dije que no. Después de cuatro horas de anécdotas, de paz mental y de tratar inútilmente que moderara sus costumbres con los pacientes, ya no quería que El Viejo se fuera.