4.13.2006

Cuando todo era simple

La primera vez que oí el cuento de La sopa de piedras tenía como 14 ó 15 años. Estábamos en esas actividades tipo "aprenda a ser buen ser humano con sus compañeritos de salón", (actividades que siempre he detestado). Como en toda dinámica interactiva que se precie, después de leer la historia todos juntos, cada cual debía comentar frente a todos los demás la moraleja que había aprendido. Para mí, era tan sencillo como: "soldado comunista y astuto vale por dos".

La sopa de piedras

Hubo una vez, hace muchos años, un país que acababa de pasar una guerra muy dura. Como ya es sabido las guerras traen consigo rencores, envidias, muchos problemas, muchos muertos y mucha hambre. La gente no puede sembrar, ni segar, no hay harina ni pan.

Cuando este país acabó la guerra y estaba destrozado, llegó a un pueblecito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre. Era muy alto y delgado.

Hambriento llegó a una casa, llamó a la puerta y cuando vio a la dueña le dijo:

-“Señora, ¿No tenéis un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?”

Y la mujer le mira de arriba a bajo y responde:

-“Pero, ¿Estás loco? ¿No sabes que no hay pan, que no tenemos nada? ¡Cómo te atreves! ¡Mal rayo te parta!”

Y a golpes y a patadas lo sacó fuera de la casa.

Pobre soldado. Prueba fortuna en una y otra casa, haciendo la misma petición y recibiendo a cambio peor respuesta y peor trato.

Pero había unos críos que estaban espiando y se acercaron al soldado cuando éste se marchaba decepcionado.

-“Soldado, ¿te podemos ayudar? -le dijeron.”

-“¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer el fuego.”

Rápidamente los chiquillos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encienden el fuego, ponen la ola, la llenan de agua y echan las piedras. El agua comenzó a hervir.

-“¿Podemos probar la sopa?” –preguntan impacientes los chiquillos.

-“¡Calma, calma!.”

El soldado la probó y dijo:

-“Mm... ¡Qué buena, pero le falta una pizquita de sal!”

-“En mi casa tengo sal” -dijo un niño. Y salió a por ella. La trajo y el soldado la echó en la olla.

Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo:

-“Mm... ¡qué rica! Pero le falta un poco de tomate.”

Y un crío que se llamaba Luis fue a su casa a buscar unos tomates, y los trajo enseguida.

En un ir y venir los críos fueron trayendo cosillas: patatas, lechuga, arroz y hasta un trozo de pollo.

La olla se llenó, el soldado removió una y otra vez la sopa hasta que de nuevo la probó y dijo:

-“Mm... es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Venga, venga, id a avisar a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!”

Repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo que avergonzados reconocieron que, si bien era verdad que no tenían pan, juntos podían tener comida para todos.

Y desde aquel día, gracias al soldado hambriento aprendieron a compartir lo que tenían.

2 comentarios:

Borgeano dijo...

Ay, por favor, que cuentito espantoso... esos cuentos con moraleja son terribles. Es comprensible que los chicos detesten la escuela con esas cosas (Y es comprensible también que, de ese modo, el nivel intelectual de las escuelas sea cada vez más bajo).

wakalani dijo...

Peor todavia cuando te lo cuentan a los 14.. y encima tienes que hablar en publico como en reunion tipo alcoholicos anonimos