They hurt you at home and they hit you at school
They hate you if you're clever and they despise a fool
Till you're so fucking crazy you can't follow their rules
A working class hero is something to be
John Lennon - Working Class Hero
(1940-1980)
They hate you if you're clever and they despise a fool
Till you're so fucking crazy you can't follow their rules
A working class hero is something to be
John Lennon - Working Class Hero
(1940-1980)
Abundan las conjeturas sobre el porqué del asesinato de John Lennon. En febrero de 2002, Klint Finlay afirmó en el sitio web www.technocult.net que Sean, el hijo de Lennon, había declarado que «quien se crea que Mark Chapman era sólo un loco que mató a mi padre debido a sus problemas personales es un idiota. O un ingenuo. O no se ha parado a pensar. A Estados Unidos le interesaba sobremanera que asesinasen a mi padre. Sin la menor duda.»
Existen diversas teorías, que van desde la conspiración al loco solitario. Las de la conspiración señalan la hipótesis de que John Lennon había sido considerado varias veces como una amenaza para la seguridad nacional, primero con Nixon y más tarde con el nuevo presidente Reagan. Varios casos documentados de vigilancia por parte del FBI y de arrestos bajo acusaciones falsas en los años setenta sirven para sostener dicha teoría. Desde luego, es verdad que John Lennon fue una figura nacional de importancia que en diferentes momentos de su vida se implicó públicamente en diversas causas políticas radicales, incluido su apoyo al IRA, un grupo trotskista, y en la defensa de varios presos.
Otros muchos también apoyan la teoría del loco solitario, pues desde niño Mark Chapman había estado recibiendo tratamiento para su esquizofrenia paranoide y sufría asimismo de numerosas ideas delirantes sobre John Lennon y Todd Rundgren. Cabe preguntarse lo siguiente: ¿Y si en realidad Mark Chapman no hubiera sido un «candidato manchurio» para un grupo secreto de funcionarios gubernamentales?
La explicación más probable es otra: Lennon y los Beatles aparecieron en el momento en que acababa de interrumpirse la ceremonia de la posguerra y de la guerra fría dirigida por Kennedy de Camelot, en la cual los estadounidenses se habían unido como una piña tras un presidente mística y míticamente considerado como uno de los suyos, a la espera del futuro glorioso lleno de programas sociales que les había prometido. Y, justo cuando la nación estaba de luto por la pérdida no sólo de un hombre, sino también de sus sueños, los Beatles sirvieron de bálsamo para calmar el dolor de aquella sociedad y ayudarla a olvidar, como sólo puede hacerlo el poder del espectáculo.
Durante los años que siguieron al asesinato de Kennedy, el oponente más visible y escuchado en aquella tierra hasta entonces unida fue John Lennon. Él había sido el arcángel de la nueva sociedad y ahora se había convertido en el archienemigo, cuyos discos ardían en la hoguera de los cristianos en castigo por sus declaraciones sobre Jesucristo y que más tarde apoyó a las diversas fuerzas de oposición y de aparente destrucción. Para un joven esquizofrénico que ya sufría de ideas delirantes paranoides, John Lennon pudo haber representado el símbolo obvio de la ruptura histórica dentro de su mundo y, desde luego, es posible que todas las ideas delirantes paranoides no sean más que la proyección contra los demás «malvados» del rencor que quien las padece experimenta contra sí mismo ante la vulnerabilidad de su propia ruptura mental. La proyección hacia el exterior de dicho rencor evitaría así asumir responsabilidades personales. Todas las ideas delirantes paranoides se basan en algo de verdad. Por ejemplo, John Lennon era, de hecho, tanto el principal creador de la música pop como su mayor crítico. Él la elevó a dimensiones que incluso empequeñecieron a Elvis y luego ayudó a destruirla. Él se convirtió en una figura pública con quien se identificaban millones de seres, pero también enajenó a otros muchos millones. Él convirtió a la estrella del rock en una figura que expresaba las palabras y los sentimientos de toda una generación y llegó a ser su rostro y su objetivo, su liberador y su maldición. Una vez que entró en los hogares de cien millones de jóvenes como el símbolo del espectáculo de los nuevos medios de comunicación, también introdujo en el recinto de los padres –hasta entonces sacrosanto– la ruptura generacional, el movimiento pacifista y la amenaza comunista. Encarnó más que nadie la dialéctica de los años sesenta –por un lado la tensión entre el liberalismo y la libertad para explotar y por el otro el anticapitalismo y la libertad frente a la explotación, entre el principio del placer de Estados Unidos (ejemplificado en los Beatles) y su principio de la realidad (el mundo de la desinformación, de la riqueza imposible y del todavía más imposible poder), entre la música como entretenimiento y la música como el coro para la revolución.
Seguramente no es ninguna coincidencia que con el advenimiento de la era de Reagan, que quizá más que cualquier otra sirvió para ocultar las matanzas en el exterior y los excesos estéticos y políticos en el interior, las libertades fuesen amputadas al mismo tiempo que la mano que había ayudado a derribar el castillo de naipes. A menudo hacen falta locos para ver con extrema agudeza la locura que los rodea. Sí, Mark Chapman estaba probablemente loco, pero el asesinato de John Lennon expresó de manera inconsciente el deseo social de asesinar a otros como él (en el mundo real o sólo en la fantasía). Por eso, en la actualidad es tan fácil caer en la (a menudo falsa) teoría de la conspiración, pues la clase dirigente conspira a diario para proteger sus dominios y la clase obrera todavía no conspira para subvertirlos con más de unos pocos miles de activistas por aquí y otros pocos miles por allá. Por muchas razones, John Lennon era el objetivo perfecto, incluso si su asesinato no fue un esfuerzo concertado por el poder para quitárselo de en medio.
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