8.06.2005

La escuela, o cómo lo único que se aprende es a ser alumno

Una anécdota del típico estilo: "Usted es un ganador", pero nos sirve:

El señor Whitson nos enseñaba ciencias naturales en sexto año de primaria. El primer día de clases, su exposición trató de una criatura llamada Gatiguampo , animal nocturno y mal adaptado al medio biológico, que se extinguió en la Era de las Glaciaciones. El maestro hizo pasar un cráneo de mano en mano, mientras explicaba el tema. Todos tomamos notas y más tarde, contestamos un cuestionario sobre esa lección.

Cuando me devolvió mi prueba quedé boquiabierto: una enorme equis roja tachaba cada una de mis respuestas. ¡Estaba reprobado! ¡Debía de haber algún error! Había repetido al pie de la letra las palabras del maestro. Luego supe que toda la clase había sido reprobada. ¿Qué había ocurrido?

Muy sencillo, nos explicó el señor Whitson. Él había inventado ese cuento del Gatiguampo. Jamás había existido tal especie. Por tanto, cada uno de los datos de nuestras notas era incorrecto. ¿Acaso queríamos que nos aprobara por contestar falsedades?

Huelga decir que nos pusimos furiosos. ¿Qué clase de prueba era esa? ¿Y qué clase de maestro era ese?

Teníamos que habérnoslo imaginado, prosiguió el señor Whitson. En efecto: mientras circulaba entre nosotros el cráneo (que era de gato), ¿acaso no nos había dicho que no había quedado ningún vestigio del animal? Había hablado también de su asombrosa visión nocturna, del color de su piel y de otras muchas características de las que él no podría haberse enterado. Para colmo, le había puesto un nombre ridículo, y ni así habíamos maliciado la artimaña. Nos informó que anotaría los ceros de nuestras pruebas en las actas de exámenes oficiales.

El señor Whitson agregó que esperaba que hubiéramos aprendido algo de esa experiencia: los maestros y los libros de texto no son infalibles. Nadie lo es. Nos recomendó no permitir que nuestras mentes se adormecieran y tener siempre el valor de expresar nuestra inconformidad cuando el maestro o el libro de texto nos parecieran errados.
Por David Owen
Extracto de "LIFE" (Oct. 1990), de Nueva York


Ultimamente se discute sobre la verdadera función de la escuela: la de transmitir una habilidad que sintetice todas las demás funciones que le son propias: pensar. En los sitios donde se pretende que esto sea un problema solucionado, al momento de comprender de qué va esto de pensar los argumentos no son ni mínimanente el producto de un ejercicio adecuado de la creatividad, de la objetividad y de la inteligencia.

Solo con revisar la abrumadora producción de libros con títulos seductores (tipo: "Usted es un ganador"), programas informáticos con mucha publicidad, sesiones "psicopedagógicas" por especialistas, que se limitan a ofrecer un repertorio de recetas con las que nos podemos acomodar a las exigencias de la concepción actual del pensar:
  • cómo subrayar un texto
  • memorizar una fórmula
  • hacer un resumen
  • leer y enterarse
  • cómo relajarse y cargarse de optimismo ante un examen...
Y por absurdo que parezca, hay rotunda oposición a la consulta subrepticia del ejercicio de otro examinado, apunte o libros (entiéndase copia).

¿Será esto realmente pensar? El pensar bien consiste en conocer la verdad. La verdad es la realidad de las cosas. Y enseñar de verdad no es limitarse a impartir y repartir y repetir paquetes de información y de vez en cuando controlar su deglución. Aprender a pensar es descubrir y detectar pistas falsas y errores de bulto disfrazadas de verdades incuestionables.

Pensar, aprender a pensar y enseñar a pensar son los cimientos que deben respaldar el actuar constante, por lo que no puede ser que nuestros sistemas educativos, nuestras sociedades salten olímpicamente y por generaciones alguno de estos procesos. El cambio tendrá que venir de nosotros mismos.

No hay comentarios.: