En esas andanzas estaba yo cuando me encontré con un documento promulgado por el ex-presidente Guillermo Endara en 1991: Principios Éticos de los Servidores Públicos de la República de Panamá. Ahí estaba, en ese local tan reducido, rodeado de torres y torres de papeles y de empleados mal pagados, groseros e ignorantes, estaba hasta enmarcado y toda la cosa, colgaba de la pared más visible; el lugar perfecto para ser ignorado. Sin ganas, pero con muchísimo tiempo para hacer tiempo, me dispuse a leerlo:
Declaro mi convicción de conducirme en todo tiempo conforme a los más elevados principios de honestidad moral, intelectual y material en el ejercicio de mi responsabilidad pública, de acuerdo con los siguientes postulados básicos...
Y comienza a enumerar los mismos valores y casi, casi con la misma prosa de la oración del buen niño que recitábamos en la escuela: lealtad, vocación de servicio, probidad, honradez, entre otros. Me pareció curioso, toda la ironía del mundo estaba allí, en ese lugar y en ese momento.
Mientras más vivo, más me convenzo de que la vida real es una parodia de la vida real.
El documento en cuestión.
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