
En definitiva una silueta que fue seguida, que en un momento la gente creyó verse representada por los ideales del líder o al menos por lo que proyectaba. Más aún, cuando la situación política, económicas o social llega al clímax de la adversidad, el caudillo emerge como la cabeza de un movimiento que va en contra de lo establecido y a favor de lo justo, de lo que por derecho corresponde a quienes representa.
La multiplicidad de los caudillos que hemos conocido impide encuadrarlos bajo un único prototipo. Lo cierto es que de una forma o de otra adquieren la credibilidad necesaria para que se consideren válidas su acciones. Esta credibilidad es la que les da la fuerza para resolver conflictos políticos y es entonces cuando el líder puede ver la oportunidad favorecer sus intereses particulares a precio de los colectivos, y ambos al servicio de la clase dominante; de tal suerte que el dirigente pasa incluso a formar parte del “otro bando”; creando un sistema de proteccion y amparo con que los poderosos patrocinan a quien se acoje a ellos a cambio de sumisión y servicios. Luego esta es la manera como la balanza se mantiene inclinada amparando a la oligarquía, perpetuando esta continuidad, que lo único que hace es cambiar de rostro, pero que en esencia permanece echando por tierra confianza, esfuerzo y sangre de quienes siguen creyendo que otro mundo es posible.

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