1.09.2005

Tras la sombra de un ideal

el gobierno de un caudillo

No debería ser novedad ninguna. La tinta que escribe la historia la paga el mejor postor y en la trayectoria de nuestros pueblos vemos que los mejores postores siempre han sido básicamente los mismos. De manera que cada período cuenta con su personaje, un mortal como cualquiera, -satanizado o beatificado-, dependiendo del tiempo, de las circunstancias pero más que nada, de qué dinero pagó la tinta.
En definitiva una silueta que fue seguida, que en un momento la gente creyó verse representada por los ideales del líder o al menos por lo que proyectaba. Más aún, cuando la situación política, económicas o social llega al clímax de la adversidad, el caudillo emerge como la cabeza de un movimiento que va en contra de lo establecido y a favor de lo justo, de lo que por derecho corresponde a quienes representa.
La multiplicidad de los caudillos que hemos conocido impide encuadrarlos bajo un único prototipo. Lo cierto es que de una forma o de otra adquieren la credibilidad necesaria para que se consideren válidas su acciones. Esta credibilidad es la que les da la fuerza para resolver conflictos políticos y es entonces cuando el líder puede ver la oportunidad favorecer sus intereses particulares a precio de los colectivos, y ambos al servicio de la clase dominante; de tal suerte que el dirigente pasa incluso a formar parte del “otro bando”; creando un sistema de proteccion y amparo con que los poderosos patrocinan a quien se acoje a ellos a cambio de sumisión y servicios. Luego esta es la manera como la balanza se mantiene inclinada amparando a la oligarquía, perpetuando esta continuidad, que lo único que hace es cambiar de rostro, pero que en esencia permanece echando por tierra confianza, esfuerzo y sangre de quienes siguen creyendo que otro mundo es posible.


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