6.02.2007

Cuando el tiempo te arrebata la razón

Cuando pensé que las cosas no podían ser peores, el médico residente llama a sala y me ordena bajar a urgencias, y allí estaba él. De la puerta colgaba un rótulo: "Cuarto de yeso", con un papelito en la esquina que decía "AQUI SE HACE LO QUE AL VIEJO LE DA LA GANA". Era una suerte mazmorra, un cuarto apartado, sucio y descuidado; y así justamente se proyectaba él. ¿Leiste el papelito de afuera? pues éste es El Viejo, me dijo el residente. Sonreí por cortesía, pero desde que lo vi supe que estaba ante el típico un Viejo impertinente y pensé que de ese día en adelante iba a ser altamente conveniente evitar todo contacto con el señor.

Entra un paciente anciano con unas muletas, el residente le indica al Viejo el tipo de férula que tocaba colocarle al hombre. El Viejo, con marcha de base ancha y su aspecto de barbero de los '50 prepara el yeso, las vendas y se acerca al paciente. Le tuerce el tobillo de la manera más bizarra, como si se regocijara en oirlo gritar, como si nunca en su vida hubiese escuchado el término analgesia, es impactante oir gritos de dolor, desde un lugar así y bajo esas circunstancias. Y en efecto, sobre la marcha El Viejo dejaba saber todo lo impertinente que podía ser, hasta sin proponérselo. El resto del personal, reía como si nada con él. Sentía como si fuera la única capaz de ver que ese hombre no debía estar ahí, no haciendo eso. Terminó la semana y si tocaba ir a urgencias, me aseguraba no coincidir con El Viejo.

Sin embargo, ayer fue inevitable, como aquella vez, me ordenaron bajar y no me quedó más remedio que obedecer, porque cuando el sistema es así de vertical, tal vez la mejor manera de sobrevivir es domesticarse y ser tan subordinado como la dignidad permita. Eran las 7:00 pm, yo no daba más, pero apenas llevaba 12 horas de un turno de 24. Abro la puerta con resignación y estaba El Viejo, departiendo alegremente en compañía de muchas de las personas que habían hecho de mi vida un calvario mientras rotaba por ese servicio. Era mucho para mí, no tenía intención que se notara, pero estaba sumamente incómoda, no podía conmigo ni con nada de lo que pasaba a mi alrededor, sin embargo, muy a mi pesar, fue El Viejo quien me rescató. En medio de todo esa batahola de burla y escarnio, notó que para mí el ambiente era denso. En un momento en que preparábamos un yeso, en un cuarto con menos gente, me preguntó con tosquedad, pero con toda la buena intención que universalmente tiene la gente cuando envejece, si me pasaba algo, yo dije que no. Después de cuatro horas de anécdotas, de paz mental y de tratar inútilmente que moderara sus costumbres con los pacientes, ya no quería que El Viejo se fuera.

6 comentarios:

Eyra Harbar dijo...

"y su aspecto de barbero de los '50"...esta descripción es tan clara que me viene de una vez el tubito con colores pepermin que solían tener esas "peluquerías de hombres", con todo y colonia, toallita y navaja para afeitar. Puedo imaginar al Viejo, sí.

Gracias, Viejo, por darte paz en medio del caos de 24 horas. Dios salve al Viejo!

Agua dijo...

JAJAJAJAAJAJAJJAJAJA

Realmente existe ese buen hombre o solo habita en tu imaginación...
tienes testigos????

mira que hoy en día son mas que necesarios!

wakalani dijo...

por momentos pienso que sería tan delicioso que no existiera...

El Pantano de la Rana dijo...

Pero coño!! Ese viejo me recuerda a dios..no te parece un tanto sádico?

wakalani dijo...

mmm... definitivamente no es dios, porque existe...

en verdad es bien retorcido, porque hay gente que por rutina o por lo que quieras no es digamos, tan compasiva, pero ya... este tipo más que no importarle parece como si le gustara producir dolor. es impresionante

Eyra Harbar dijo...

a dios le gusta fundar dolor en sus víctimas, no?
dios existe, la he visto y se pinta las uñas